EL SOLSTICIO DE INVIERNO [*]
SIETE MAESTROS MASONES

El cosmos se refleja en el Templo, el Templo en la Logia y el iniciado masón en ésta; la Logia es en definitiva el lugar donde Cielo y Tierra se encuentran, deviniendo un soporte para la meditación y un espacio sagrado, separado del mundo profano, tanto en el tiempo como en el espacio.

Si, pues, todo lo que conforma una Logia simboliza el orden y los elementos que constituyen el Cosmos, y el misterio que revelan debe cumplirse en el interior del iniciado, está claro que el rito, que no es sino el símbolo mismo en movimiento, tiene la finalidad de hacer participar al iniciado en el misterio de la creación, conservación y destrucción –o transformación– de ese mismo Cosmos, para llegar a comprender las leyes que rigen la existencia y a él mismo, y, conociéndolas, trascenderlas, llegando al centro de ese misterio cuya revelación se celebra en lo profundo de su corazón, allí donde se encuentra la puerta que comunica con el auténtico ser primordial, que es nuestra verdadera identidad.

Los maestros coinciden en que para realizar la Obra basta imitar a la Naturaleza, y esto es lo que se proponen determinados ritos que los masones celebramos. Retomado por la tradición cristiana, el Jano romano, dios bifronte patrón de los constructores, Señor del Tiempo y dueño de las llaves que abren las puertas de la iniciación, se desdobla en los dos San Juan; San Juan Bautista, el que debe menguar, presidiendo el solsticio de verano y la puerta de los hombres, es decir el acceso a la iniciación, y San Juan Evangelista, receptor de la enseñanza esotérica de Cristo, el que debe crecer, presidiendo la puerta de los dioses, que representa la salida por la vertical de la caverna iniciática, cuyo acceso sólo es posible para aquellos que han realizado la primera parte de la iniciación, lo que se conviene en llamar "los misterios menores" .

El solsticio de invierno marca el momento en que el tiempo se detiene; el presente se manifiesta en un instante de eternidad, absorbiendo el pasado que ya no existe y el futuro que todavía no es, salvo como posibilidad.

Es un tiempo de silencio, recogimiento interior y meditación. La semilla se pudre en el interior de la tierra esperando pacientemente a que llegue el tiempo apropiado para crecer y manifestarse.

En el ritual del Agape se expresa el deseo de transformar el alimento material en alimento espiritual; mediante la asimilación consciente de los tres reinos; mineral, vegetal y animal el masón extrae sus virtudes y se hace uno con la Naturaleza, participando conscientemente en la obra de regeneración de aquella.

A Medianoche en punto, en lo más profundo de la oscuridad del solsticio invernal, Hiram muere, el Templo es destruido; pero esto no es sino el anuncio de la resurrección del Maestro y la renovación de los trabajos del Templo.

Si desde cierta perspectiva el curso de la naturaleza es circular, desde una perspectiva más amplia y elevada, el camino que sigue el iniciado es una espiral ascendente.

Es decir que su ciclo no se cierra sino que constantemente está abierto a nuevas posibilidades de construcción de la mansión interna. El Templo visible, que son todas nuestras acciones en el mundo, no deja de ser una imagen de la Realidad a la que simboliza, y no esa Realidad en sí. Y es ésta la que ha de nacer en nosotros y a la que glorificamos con nuestro trabajo ritual, que evita constantemente confundir al símbolo con lo simbolizado.

Quizás llegue un día en que debamos dejar nuestros útiles y nuestro lugar en los trabajos, pero será porque habremos cruzado la puerta del solsticio de invierno; esa puerta para cuya apertura invocamos la ayuda del Gran Arquitecto.

Como expresa el ritual:

Renovemos la antigua alianza de los constructores, danos fuerza para abrir las puertas del solsticio y permite que la voluntad que un día sembramos ascienda a través del laberinto de nuestra piedra.

 

NOTA
[*]  Este trazado pertenece al volumen de arquitectura: La Logia Viva, Simbolismo y Masonería, publicado por Ed. Obelisco, Barcelona, julio 2006.
 


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