Después de ordenar Dios a Noé y a toda su familia abandonar el Arca y hacer descender a cuantos animales había refugiado en ella durante el diluvio, Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo:
Y añadió Dios:
A este arco dio su nombre la diosa Iris, en cuyo árbol genealógico podemos observar que en ella se mezclan los cielos, la tierra y las aguas, lo que le otorga la naturaleza de mensajera de los dioses. Se la representa como una hermosa joven alada que frecuentemente lleva mensajes de los dioses a los hombres. Ya con el nombre de Arco Iris vuelve a mencionársele en el Antiguo Testamento, en el Eclesiástico de Ben Sirac, alabando la Gloria de Dios, con estas palabras:
Y más adelante, elogiando a los patriarcas:
El arco iris tiene seis colores que representan literalmente las diferentes radiaciones de que se compone la luz solar: tres colores primarios, el azul el amarillo y el rojo, y tres colores complementarios, el anaranjado, el violeta y el verde. Podemos representarlo geométricamente colocando los tres colores primarios en los vértices de un triángulo y los tres complementarios respectivos en los vértices de otro triángulo inverso con respecto al primero, de modo que cada color primario y su complementario quedan situados en dos puntos diametralmente opuestos. La figura resultante es la de la Estrella de David, o "sello de Salomón" en la que la tríada primordial se refleja en la creación como en un espejo (pág. anterior).
Si se traza la circunferencia que circunscribe a este doble triángulo, cada uno de los colores complementarios ocupará en ella el punto medio del arco comprendido entre los puntos donde se sitúan los dos colores primarios de cuya combinación surge (y que son los dos colores primarios distintos de aquel que tiene por complementario el color considerado).
Si unimos ahora cada color primario con su complementario, obtendremos una rueda de seis rayos, representación plana de las seis direcciones del espacio (arriba y abajo, adelante y atrás, derecha e izquierda), que se oponen dos a dos mediante tres rectas que se extienden desde el centro (correspondiendo a las tres dimensiones del espacio).[1]
Los tres diámetros de la rueda de seis rayos son los que unen los vértices opuestos de los dos triángulos del "sello de Salomón". La correspondencia entre las seis direcciones y los seis colores es exacta: las dos representaciones se identifican. Al igual que el papel que el centro desempeña respecto a las seis direcciones del espacio, el centro de la figura que representa a los seis colores del arco iris está situado en el punto en el que los aparentes opuestos (que son en realidad complementarios) se resuelven en la unidad. Este séptimo término no es verdaderamente un color, como el centro tampoco es una dirección. Así como el centro es el principio originario del espacio, con las seis direcciones, así también dicho término ha de ser el principio del que derivan los seis colores y en el cual están sintéticamente contenidos. Este color es el blanco, incoloro, como el punto es adimensional. Todos los colores son en realidad una refracción de la luz blanca, así como las direcciones del espacio son el desarrollo de las posibilidades contenidas en un punto primordial. Sería pues el blanco, el supuesto Séptimo color del Arco Iris y no el índigo, reconocido popularmente como tal, ni ningún otro color. El arco iris se considera un símbolo genérico de unión entre el cielo y la tierra. En este sentido su simbolismo podría asemejarse al del puente, vehículo de unión entre cielo y tierra y por lo tanto símbolo axial que une y a la vez separa sutilmente los mundos, unidos al comienzo y separados por el mismo hecho de la manifestación. A pesar de esta consideración genérica, no parece que haya una identificación verdadera entre ambos símbolos. Precisamente la consideración bíblica que el arco iris tiene de alianza entre Dios y el Hombre, lo relaciona más bien con las corrientes cósmicas por las cuales se opera un intercambio de influjos entre el cielo y la tierra antes que con el eje por el que se realiza una comunicación directa entre los diferentes estados. En este sentido su simbolismo se asemejaría al de la lluvia, el rocío y la propia luz, cuyo poder vivificante representa exactamente el poder de los influjos celestes o espirituales. En este sentido cabe considerar que para que el efecto del arco iris se produzca debe haber agua en suspensión, la cual ha de ser iluminada por el sol y el hombre-observador debe encontrarse entre el agua y el sol. Para que esta cortina de agua se encuentre en forma de nube, elevada, debe haberse producido el fenómeno de la evaporación, o atracción del agua hacia el sol, su depuración y vivificación. Este agua retornará en su momento a la tierra en forma de lluvia. El arco iris pone de manifiesto la naturaleza del plano intermedio, el plano de las aguas, uniendo y separando el mundo espiritual del mundo material. En él se producen fenómenos naturales de conexión entre su plano superior e inferior, poniéndose de manifiesto el papel que al hombre le corresponde de enlazar él mismo ambos mundos mediante el Conocimiento: El fenómeno del arco iris es virtual, potencial, debiendo existir un observador en un punto determinado para poder apreciarse su manifestación. Esto supone que cada observador está percibiendo verdaderamente un arco iris distinto, incluso que, en la medida que nos movemos o desplazamos, estamos viendo una manifestación distinta de este fenómeno, otro arco iris, podríamos decir. Como símbolo sagrado, el arco iris puede revelarnos la Idea que encarna, Idea que él mismo vela mediante su forma y manifestación particular. A su meditación, estudio y contemplación activa, es nuestro propósito dedicarnos, con la esperanza de lograr utilizarlo como vehículo en este viaje iniciático al que hemos sido invitados y a cuya llamada deseamos ardientemente responder.[2]
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