LA DEFENSA DE LA HERENCIA *
SIETE MAESTROS MASONES

Somos las herederas de algo muy grande, de un tesoro inabarcable e inagotable, del secreto del cosmos y del hombre, del infinito. Y aún sin ser plenamente conscientes de todo lo que ello significa, un rayo divino ha descendido e iluminado la cámara más secreta del corazón de cada una de nosotras. Un gran misterio. Un bendito presente.

Ante la adversidad de los tiempos, concentramos todos nuestros esfuerzos con alegría en el interior de la caverna y los redoblamos. Parece, en este mundo de apariencias, que el mensaje liberador de la Tradición no interesa a casi nadie, y esta humanidad y ciclo decadente se agota y precipita a una muerte inexorable. Bienvenida sea, pues este fin es el albor del nuevo cielo, de la tierra nueva.

No son pocos los que aprovechan tal caos y desorden para suplantar a los dioses –que como bien nos recuerda nuestro Serenísimo Gran Maestro, son la expresión de principios universales–, para invocar a las fuerzas más oscuras y tenebrosas del universo. Quizá sea necesaria la intervención de dichos poderes para posibilitar la desintegración de tanto error acumulado. Sabemos el nombre de muchos de los personajes que se han puesto a su servicio, seres mezquinos, impostores y viciosos, arrastrados por lo turbio y dual: el mal que creen que se contrapone al bien. Y tan pronto aparecen con la máscara del horror como con la de la beata y piadosa bondad. Títeres encerrados en la prisión de la ignorancia. Ellos han elegido este bando, o bien les ha tocado por una otra economía que nos excede.

Pero nosotras estamos llamadas a la lucha más gloriosa. La conquista del Equilibrio, el punto central donde se neutralizan los opuestos, más allá del tiempo, del espacio y de toda dualidad. Negando la negación, afirmamos lo único que es. Más allá ya no hay palabras.

La Luz es el estandarte que nos guía e identifica. Las energías celestes, nuestras poderosas aliadas. Y por eso las invocamos, a las Musas, para que nos inspiren en los gestos, cantos, discursos y batallas; a los dioses, para que desvelen las dormidas conciencias, despierten el deseo de la búsqueda de la inmortalidad, vivifiquen la memoria rescatándonos del olvido, nos instruyan en las ciencias y las artes, nos infundan el amor al conocimiento, nos revelen la analogía, nos llenen de valor y fuerza para tan gran empresa, nos posibiliten la identificación con toda la manifestación y junto con la reina Inteligencia y la reina Sabiduría trascendamos todo lo creado para sumergirnos en la pura Nada. Ora y labora. Muerte y Vida para renacer a la Vida Eterna.

Nuestras armas, los símbolos. La palabra y la grafía, gestos de los dioses. Símbolos gracias a los cuales hemos recibido los saberes y ciencias que nos rescatan de la prisión de la dualidad. Vehículos para emprender el camino de retorno a lo ilimitado. Herramientas para denunciar el error y anunciar la Verdad. Con su soporte debemos contribuir a la disolución de dicho error y a la coagulación de la Verdad. Materializar el Espíritu y espiritualizar la Materia.

Nuestra ciudadela, el templo. Nos protegemos en la Logia inexpugnable, imagen viva del ser humano y del cosmos. Custodiamos el Secreto, que reconocemos como nuestra verdadera esencia, y la esencia de todo, sabiendo que nada ni nadie lo podrá arrebatar, pues Es en Sí Mismo y subsiste por Sí Mismo. Dentro y fuera son sólo puntos de vista fruto de una conciencia caída. Nuestra lucha es la denuncia de este error y la difusión de la Unidad. Y para eso, ancladas en esta fortaleza, diseñamos la estrategia, del ataque y la defensa.

El rito, el intermediario, el conductor de los efluvios celestes, el mensajero de lo de arriba con lo de abajo y lo de abajo con lo de arriba, el alimento de los dioses y los hombres, el que establece la circulación y el intercambio con todos los mundos del Ser, la respiración del todo, la expresión de lo inefable, la danza de lo inmóvil, la vía para ser trascendida. La vivificación de la verdadera unión de todos los herederos y herederas, que ligados por una sutil cadena invisible, invocan ininterrumpidamente:

Uno para Todos y Todos para Uno.

Que el valor, que "no reside en la fuerza del cuerpo, sino que su sede se esconde en el corazón y la conciencia", nos convierta en fieles centinelas del Mensaje sobrenatural.

Esta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mí. Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre: que es la muerte segunda. (Ap. 21, 7-8).


NOTA
* Este trazado pertenece al volumen de arquitectura: La Logia Viva, Simbolismo y Masonería, publicado por Ed. Obelisco, Barcelona, julio 2006.


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