EBLIS - CAIN - HERMES - HIRAM *
PHOENIX
Phoenix Es poco conocida aún por investigadores especializados la filiación directa de los iniciados herméticos y masónicos a su propia Tradición. Muchos de ellos conocen su origen cainita y la figura de Tubalcaín sin que sin embargo puedan fijar con claridad esta genealogía espiritual supracósmica y por lo tanto no humana. En efecto Caín no es hijo como Abel de Adán y Eva, sino del mensajero de la Luz, Eblis, o Lucifer en la tradición bíblica, que fecundó a aquélla; así Abel hijo de la pareja humana es fruto de la tierra, mientras que Caín es un ser espiritual nacido de la Luz y por lo tanto engendrado por los efluvios celestes y sin padre terrenal conocido. Como se ve claramente, la generación de Abel, que se corresponde por otra parte con el nomadismo, el tiempo y el pastoreo, es distinta a la de Caín, que se vincula con el espacio, la agricultura, el uso del intelecto de manera práctica en el sentido del dominio de la naturaleza, en especial en lo que toca al arte y la ciencia de la construcción.1 Bajo este aspecto, Caín es un hijo "contranatura" con respecto a la "naturalidad" propia de la especie representada por Abel.

Eblis, el Espíritu de Luz, es pues el antecedente de una gran dinastía que, como veremos, se reproduce de modo paralelo a las genealogías de los hombres comunes. Sin embargo, este Espíritu de la Luz, o Lucifer, ha sido siempre odiado por estos últimos que sin poder comprenderlo se han vuelto siempre contra él de modo radical, a tal punto que en el Corán se lo equipara con el mismo Satán. Por eso es que Caín corrió la misma suerte y sobre sus espaldas se descargó la furia no sólo de Adán sino también de su madre Eva y su hermano Abel, es decir de toda su familia meramente humana y es por ese motivo que Caín tuvo que asesinar en defensa de su auténtico linaje a Abel, lo que además de indicarnos un cambio de ciclo signado por la salida del paraíso (donde se recolectaba directamente de los árboles) y posteriormente por el abandono de la actividad pastoril frente a la cultura del agro, igualmente, en la polivalencia de los símbolos, señala la destrucción del hermano humano que cada uno de nosotros lleva también dentro de sí. Siguiendo con Eblis o el Espíritu o Angel de Luz, se dice que fue denigrado por no querer obedecer a Adán, un simple humano, y por ese motivo expulsado del Paraíso constituyéndose en un espíritu que da origen a la estrella Polar al desprenderse el brillante luminoso que tenía sobre su frente y que esa misma condensación de la Luz, llamada Estrella Polar, como se ha dicho, es también la residencia espiritual del auténtico Rey del Mundo, el Agartha; estos últimos símbolos, o mejor realidades espirituales, son los que han guiado a los auténticos iniciados de este Manvántara y de la descendencia de Eblis, o Iblis, y a la cual pertenecen tanto Enoch, y Hermes, como Hiram Abif, constructor del Templo de Salomón.2 La Biblia nos cuenta también que la Reina de Saba, Balkis, quiso conocer Jerusalem; una vez allí la reina negra rechazó al más sabio de los reyes y se enamoró del oscuro Hiram del que ni siquiera se conocía la ascendencia carnal. En este mismo sentido se quieren señalar dos puntos: uno, que en el libro de Salomón "El Cantar de los Cantares" se menciona directamente a una amada negra que se supone con toda razón es la Sabiduría, y su relación con el color de la piel de Balkis, Reina de Saba, y en segundo lugar que de este último pueblo, primero judío, luego cristiano, y posteriormente también con vínculos con el islam nace la secta de los sabeos que tenía como inspirador al profeta Idris, identificado con el dios Hermes. Igualmente que, en el siglo XII en el mismo Islam otra agrupación de fieles importante se dice que tenían a Eblis como su patrono y deidad protectora por el hecho de que este no había querido reverenciar a Adán, personaje exclusivamente humano al que sentía inferior a su propia categoría.3 En este caso se trata de la orden Adawiyah de la cual derivan los Yazidis o Yezidis del islam Kurdo, todos ellos emparentados entre sí. Se trata entonces de una diferencia entre los iniciados, representados por Eblis o Iblis, el Espíritu de la Luz, y los meros profanos, hijos terrenos de Adán y Eva, y de dos razas absolutamente diferentes, una de ellas intelectual y la otra simplemente profana. Queremos terminar estas líneas significando que esta diferencia se encuentra impresa desde el principio de este ciclo en la esencia misma del cosmos y que su pugna no podrá cesar por la envidia nacida de la incomprensión de los simples mortales en contra de los hijos del Espíritu, que no ha de terminar hasta el fin de este gran ciclo, siendo los primeros múltiples y emparentados con la religión, y los últimos -los hijos de la Luz- escasos y asociados con la metafísica. Es decir, respectivamente con lo horizontal y lo vertical, o lo cuantitativo y lo cualitativo.

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Queremos referirnos ahora a aquellos buscadores del Conocimiento que comenzaron ya hace un tiempo el camino de regreso a la Unidad, símbolo supremo del Ser Universal, que se refleja analógicamente en la unidad del ser individual.

En este largo peregrinaje de retorno se presentan instancias difíciles, dudas y vacilaciones, falta de referencias y falsas ilusiones, sensaciones de vaciamiento y depresión que en muchas ocasiones desembocan en la desesperanza. Empero estas situaciones no son sino estados del alma propios de quien se adentra en la interioridad de sí mismo y sufre los despojamientos necesarios para el nacimiento del hombre nuevo y su propia construcción, lo cual es equiparado a pruebas que el ser debe atravesar para re-conocerse en su propia naturaleza.

Todo ello es normal, como decíamos, para aquellos hombres y mujeres que pretenden mediante un proceso radical desembarazarse de su programación y los condicionamientos que los tienen aprisionados hasta la asfixia en el hombre viejo, que sin embargo lucha denodadamente con la ventaja que le da la certificación oficial que le otorga el medio social y los usos y costumbres que le ha implantado en su psicología, apoyada por la dificultad de un trabajo ritual de esta naturaleza que no cuenta con el cobijo ni el amparo de nada de lo conocido o aquello con lo que simplemente estamos habituados, sino que por el contrario, trata de romper con ello.

Por lo que hemos expuesto hasta aquí, se ve que los llamados al conocimiento necesitan desarrollar un trabajo ritual en el que deben destacarse el estudio y la meditación y purgar su psicología para ser verdaderamente elegidos, es decir, traspasar los términos de sus limitaciones intelectuales-espirituales, para acceder a una nueva raza: la de los cainitas, en detrimento de las ataduras, múltiples egos, y la ignorancia del "inocente" y correcto Abel, sujeto a la tierra y a lo meramente humano, y sin posibilidades de acceso a otros estados superiores del Ser Universal. Es decir, que lo que es sólo virtual debe efectivizarse mediante una labor concentrada, sujeta a un orden y a la concepción de una nueva visión, que va apareciendo y tornándose cada vez más clara a medida que se va recorriendo la Vía Simbólica.

De hecho, el recorrido de un primer tramo del camino hacia el ser es ya un grado que diferencia al esforzado postulante del simple profano. Pero en ello asimismo se encuentra un peligro al suponer que ese primer nivel que se corresponde con la psiqué puede dar todo a lo que verdaderamente se aspira en esta senda que nada tiene que ver con un pequeño poder o la soberbia del que necesita ser más que un simple mortal sin pretensiones iniciáticas -por muy distintos motivos- y que muchísimas veces es enormemente superior en diferentes órdenes al personaje -en numerosas ocasiones interno- al que nos estamos refiriendo. Por lo que puede observarse la cantidad de riesgos a los que está sometido aquél que se encuentra interesado en el tema de la Ciencia Sagrada que de modo perverso puede confundir tanto con el fraude como con el fanatismo. Así pues no están ausentes en este proceso los extravíos, que en algunos casos pueden fijarse de modo definitivo. Queremos aclarar que en muchos de estos casos el origen debe buscarse en el orgullo y la soberbia de los futuros neófitos, originados en las limitaciones de sus inteligencias respecto a la supremacía de la fuerza de las pasiones que los agitan y al no someterse a la voluntad de las energías celestes a las que se desafía desproporcionadamente confiando en las propias fuerzas, que por ser tales, se consideran erróneamente como superiores a cualesquiera de las que se les podrían oponer; igualmente esto es válido con respecto a las adhesiones, con respecto a determinadas teorías, personalidades, o "escuelas" con las que estos sujetos se identifican, sin advertir en la mayoría de los casos el engaño del que son víctimas conscientes, o sea voluntarias.4

Aunque estos casos, sin ser excepcionales, no son los que queremos tratar ahora, sino aquéllos en que estos primeros estados del mundo intermedio ya han sido superados, pero hemos deseado señalarlos para que no se confundan con otros planos de mucho mayor nivel, incluso de otra naturaleza, y que también forman parte del descubrimiento de la propia identidad, o sea nuestra correspondencia con el Ser Universal.

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Es conocida la sentencia "Conócete a ti mismo" ubicada a la entrada de la Academia Platónica, la cual es el verdadero programa y al mismo tiempo el fin de la filosofía. Pues dada la analogía, es decir la correspondencia entre el macro y microcosmos, incluye el Conocimiento esencial del Universo.

La identidad del ser individual es pues desde los orígenes, el objetivo de la filosofía y a través de éste la comprensión de la máquina del mundo. Por lo que el discernimiento de la verdadera naturaleza del ser humano es el primer objetivo del Conocimiento filosófico, lo que da lugar a una rama de la misma Filosofía, la Ontología, que trata específicamente del ser humano como del Ser Universal, o sea del Cosmos, preparando así el campo de la Metafísica, que como su nombre lo indica, se sitúa más allá del mero conocimiento humano, y de la cual podría decirse se interesa por lo supracósmico y lo supraindividual.

En cuanto a la Biblia y las tres religiones que derivan de sus textos, el Ego sum qui sum se refiere obviamente a la identidad del Ser Universal, que se refleja en el ser individual.

Pero no para todos los pueblos y religiones esto es tan marcado y algunas como el hinduismo, el budismo o el taoísmo no ponen su énfasis en el ser humano como tal, valoración propia de Occidente y su cultura, y mucho menos en su personalidad como lo hace desde tiempos recientes la Psicología, aunque para todas estas concepciones tanto orientales como occidentales el hombre juega un papel central en la creación.

La identidad es, en suma, el problema central de nuestra civilización, y una verdadera necesidad en el ámbito de nuestras perspectivas, cualesquiera que ellas fuesen, pues constituye el núcleo mediante el cual cualquier posibilidad es válida y toda perspectiva inteligible. Y la búsqueda del yo se transforma así en el hombre actual en el motor de sus legítimos afanes y en el meollo de la construcción de su ideario.

El trabajo iniciático, al que anteriormente nos hemos referido, adquiere en Occidente similares características, y es a partir del conocimiento del ser individual, y de su realización efectiva, que se posibilita conocer al Ser Universal -ya que no se puede resignar lo que no se posee- y siguiendo con todo ello, abrirse al Conocimiento del No Ser, de lo que No es, lo cual constituye el campo de lo que se ha dado en llamar la Teología Negativa.

Pero ¿qué es este ser? y ¿cómo puede conocerse? o, al menos, ¿de qué forma acceder a él? Estas preguntas, formuladas explícitamente o no, conforman el bagaje del hombre contemporáneo, al menos el de la minoría de los que pueden tener inquietudes de este tipo y que se diferencia de la inmensa mayoría sumida en el sueño y lo consuetudinario. Las tres grandes preguntas de la Filosofía: ¿De dónde vengo? ¿Quién soy? ¿A dónde voy?, no dejan de referirse expresamente a ello, siendo la proposición central la que genera las otras dos colocadas simétricamente a sus extremos.

Sin embargo puede observarse a simple vista que el quién soy se efectúa desde un sujeto que ignora la respuesta y la pone como fuera de sí mismo, lo cual supone un propósito de búsqueda y un anhelo de integración con algo que se desconoce y que vendría a responder y por lo tanto a completar la preposición que subyace a la pregunta.

Pero esta última actitud, natural si se quiere y propia de quienes comienzan la aventura del Conocimiento y el retorno a la morada de sí mismos de donde han salido, lugar del que se encuentran exiliados por una suerte de solidificación de sus posibilidades, corre el peligro de constituirse en un objetivo a cumplir que siempre está como fuera del propio ser humano que, empero, es el protagonista fundamental de esta gesta y de las largas y esforzadas labores que la jalonan y que siempre se alejan a medida que nos acercamos a la realización de ella, tal cual el viejo ejemplo del burro al que se le coloca por delante una zanahoria atada a un palo.

Por eso en determinado momento de este extenso camino que incluye la pérdida en el laberinto, la travesía de ríos, la lucha contra los titanes de las pasiones, etc. etc., en suma, las pruebas iniciáticas, es bueno volver a las preguntas iniciales que ya son diferentes con respecto a las distintas etapas recorridas, como ya nos ha sucedido igualmente en otras con anterioridad, y con el caudal de todo lo aprendido y la experiencia adquirida en la batalla por obtener el Graal de la conciencia, preguntarse una vez más por la identidad siempre en fuga, ya que la ignorancia casi se ha transformado en nuestro estado habitual y ciertas ilusiones y pasiones no han tenido más que desaparecer por las propias circunstancias de nuestro viaje interior. Detenerse entonces con confianza y conciencia en el camino -como el sol en los solsticios- y advertir que la identidad ya viene puesta y que el ser es, ni más ni menos, todo lo que es, y eso eres tú; así de sencillo.

Así el ser que fue cambiando en el recorrido, cada vez ha sido algo menos rígido, y real, con que identificarnos, cada vez ha sido menos algo con lo que fuera posible esa identificación. Siendo así con respecto a lo concreto, sujeto a peso y medida, y a cualquier indefinido, habiéndose transformado en algo incapaz de ser clasificado, ni siquiera aprehendido y que sin embargo está aún más cerca que nuestro propio corazón y que se parece cada vez más a lo que no es, que cualquier otro fenómeno, cosa, o ser del que pudiera decirse que es algo.

Y así el iniciado, el auténtico maestro hermético o masón habrá alcanzado en esta instancia un grado intelectual propio de un auténtico cainita.5

NOTAS
*  Este trazado ha sido incorporado en el volumen de arquitectura La Logia Viva, Ed. Obelisco, Barcelona 2006. Ver noticia y prólogo de la edición en la sección LIBROS.
1 En relación con el predominio de Caín sobre Abel del que estamos hablando, hay una inversión en el significado de la "inocencia" de Abel. Ver en este sentido "Caín y Abel", cap. XXI de El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos de René Guénon, donde entre otras cosas dice el autor que la historia de Caín y Abel sin duda tendría diferentes características y sería susceptible de diferente interpretación desde el punto de vista de los pueblos sedentarios, o sea de los creadores de la investigación y las artes del espacio y ciencias correspondientes, es decir de la cultura que desemboca en las grandes civilizaciones.
2 Enoch y Lamec aparecen en la genealogía de Caín y también en la de Set. En la de Caín, Lamec es padre de Jabel y Jubal e igualmente de Tubalcaín y Noemá, y en la de Set, lo es de Noé.
3 Aún considerando el nivel más alto de Adán o sea el Adán Universal (Adam Kadmon), o el Cosmos como Adán, Eblis se siente superior a él dado su origen supracósmico, es decir no humano.
4 Son bien ilustrativos al respecto los ejemplos de la mujer de Lot (Génesis 19, 26) y de Orfeo en su retorno de los infiernos al volverse a mirar a su esposa difunta, Eurídice, lo que en ambos casos les había sido prohibido.
5 "En los términos de la filosofía tradicional, a 'Dios' se le llama propiamente 'nada', y Dios no sabe lo que él es, debido a que él no es ningún 'qué'." A. K. Coomaraswamy: "Gradación y Evolución II" (en: What is Civilization?).
   

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