Robert Burns. Poeta y masón escocés
Robert Burns
Poeta y masón escocés
PONENCIA PRESENTADA ANTE LA CONVENCION INTERNACIONAL MASONICA "MEXICO 82"
A. L. G. D. G. A. D. U.
FEDERICO GONZALEZ - FERNANDO TREJOS

Muy Ven. y QQ. HH. todos: 

Debemos comenzar esta ponencia haciendo un expreso reconocimiento a los organizadores de esta Convención Internacional Masónica "México 82" cuya loable labor ha hecho posible el que tantos hermanos de diversos confines del planeta se encuentren reunidos, todos en uno, preguntándose y respondiéndose una vez más, qué es la Masonería, cuál su filosofía y cómo enfocar su acción en el mundo moderno. Magnífica oportunidad nos brinda el destino de recibir las valiosas luces de los hermanos mayores, la cual deberemos aprovechar para reunir nuestras fuerzas –que se acrecientan por el hecho de encontrarnos juntos– poniéndolas al servicio del entendimiento y empleándolas enérgicamente en el cumplimiento de los altos y nobles ideales que nuestra organización se impuso desde sus orígenes. Se nos presenta la bella ocasión de dialogar y meditar sobre las bases en que se funda nuestro templo universal; de discernir acerca de cómo sumarnos a la Gran Obra o Arte Real produciendo dentro de nosotros la transmutación interna mediante el paciente e ininterrumpido pulimento de nuestra piedra; y de renovar la decisión de abocarnos con todo vigor en el cumplimiento de nuestro deber, asumiendo valientemente la inmensa responsabilidad de construir y construir en estos difíciles momentos en que el hombre pareciera estar poniendo la mayor parte de sus recursos en función de la destrucción; y de atraer luz y más luz para ponerla al servicio de una humanidad que aparenta haber perdido su Norte y estar sumiéndose en las tinieblas del materialismo, la pérdida del espíritu y el olvido de los principios y valores verdaderos. 

Queremos hacer especial énfasis en el tema de los tres primeros grados denominados simbólicos o de San Juan, y llamar la atención acerca de la trascendental importancia del simbolismo que constituye los fundamentos mismos de toda nuestra institución. 

Esto no quiere decir que lo consideremos como un fin en sí mismo. El símbolo es la representación sensible de una idea o de una fuerza que detrás de él se oculta. Es el instrumento a través del cual las ideas llegan a manifestarse, y a la vez el más apropiado vehículo, que si conducimos adecuadamente, nos llevará precisamente a su comprensión y a la identidad con la energía que detrás de él se oculta. Vela su contenido a quienes no están capacitados para ver; pero lo revela a los que están dispuestos a ver más allá de las simples apariencias de las cosas y a desentrañar su significado. Es por lo tanto sólo un medio y no una finalidad. 

Una vez más debemos meditar en el profundo sentido que encierran nuestros templos, ritos e instrumentos de trabajo. 

Se nos ha enseñado que todo lo que se manifiesta en el cielo y en la tierra son símbolos diseñados por el G. A. D. U. para que conozcamos sus planos y sus leyes y nos identifiquemos con su armonía. Se dice que el Cosmos entero es el símbolo de un ser invisible que en él se oculta; y que nuestros templos, construidos de acuerdo al modelo del Universo, nos permiten conocerlo e identificarnos con él. También se nos muestra que el hombre es un templo; un pequeño universo que contiene dentro de sí todas las posibilidades del Ser; un microcosmos creado a imagen y semejanza del macrocosmos, y que como éste es un símbolo de ese espíritu invisible que está en todo y que no es otra cosa que la esencia y la suprema identidad. Existe por lo tanto una clara relación analógica Hombre-Templo-Universo, y es por eso que conociendo la significación de nuestras logias y buscando la interpretación verdadera del Cosmos y sus leyes, estamos practicando el arte supremo de conocernos a nosotros mismos para llegar así al centro de nuestro ser. 

Desearíamos hacer ahora un vehemente llamado a los hermanos para que tomemos conciencia de la necesidad de preservar nuestro simbolismo y conservar así la pureza de nuestra tradición y nuestros ritos. Si analizamos la historia de la Orden, nos daremos cuenta de que esto es lo que la ha distinguido desde su fundación y lo que ha permitido su unidad a través de los siglos. Queremos insistir en la necesidad de que nos sigamos ocupando en el estudio y la meditación del significado de nuestros instrumentos de trabajo, sin los cuales la Obra no sería posible. Debemos poner todo nuestro esfuerzo en desentrañar el profundo misterio de nuestros signos y palabras secretas; y hacerlo no movidos por un vano deseo de incrementar la erudición, ni como un mero medio de satisfacer la curiosidad, ni conformándonos con la sola teoría. Nuestro simbolismo no es sólo teórico y especulativo –aspecto que no estamos por cierto desdeñando– sino que fundamentalmente es práctico y operativo. El símbolo actúa en el interior de la conciencia de los que se abren a él, produciendo el orden y la comprensión; y los masones debemos actuar, guiados por esos signos misteriosos, que son nada más ni nada menos que los planos del Gran Arquitecto, que habrán de orientarnos constantemente durante todo el proceso de nuestra construcción interna, sirviéndonos también de apoyo firme en todas las acciones externas que debamos emprender al poner nuestra ciencia al servicio de la humanidad. 

Dice el I Ching: "Las circunstancias son difíciles. La tarea es grande y llena de responsabilidad. Se trata nada menos que de conducir al mundo para sacarlo de la confusión y hacerlo volver al orden. Sin embargo es una tarea que promete éxito puesto que hay una meta capaz de reunir las fuerzas divergentes". ¿No podría ser considerada ésta una verdadera meditación masónica? Nuestra obligación es hacer retornar el orden y no podríamos cumplirla si no hubiéramos obtenido previamente la armonía interna a la que los símbolos conducen. La labor que nos corresponde es buscar una meta suprema y común en aras de la cual pondremos toda nuestra fuerza unida, anteponiéndola siempre a todo tipo de interés personal. Nuestra tarea es la lucha incesante por la unión y por la paz. 

Como bien lo dice el Q. H. Eugen Lennhoff en su libro Los Masones ante la Historia: "El trabajo a que la Masonería se ha de dedicar es el de la paz interior y exterior. Si la Masonería quiere crear una unión, podrá ser un poder, pero no un poder mundial de características políticas o eclesiásticas, sino un poder moral cuya unidad se base en la común posesión de un mismo profundo simbolismo, un poder moral que sabría hacer frente al egoísmo sin límites, un centro de fuerzas que irradie las ideas humanitarias, que tanta falta hacen hoy, y la voluntad para una moral suprema en las luchas políticas, religiosas y sociales". 

Tendríamos que ser insensibles para no apreciar la belleza de nuestros rituales y símbolos. Cuán hermoso e impresionante resulta cada vez que nos disponemos a entrar al venerado templo. Ceñirnos el mandil que nos recuerda que nos preparamos para el trabajo, interior y exterior, y que estamos listos a poner "manos a la obra"; tocar la puerta de la manera que acostumbramos, pidiendo luz a sabiendas de que la recibiremos; atravesar el umbral que separa al mundo ordinario de aquel otro sagrado y verdadero en el que se respira otro tiempo y se experimenta la existencia de un espacio diferente donde reinan el orden, la unidad y el amor en contraposición al caos y la multiplicidad de la vida profana; experimentar la fuerza de esa Unidad metafísica, invisible e indestructible, simbolizada por nuestra misteriosa letra "G", que nos recuerda la presencia del G\A\D\U\, único y verdadero guía de todos nuestros trabajos; realizar nuestra marcha y encontrarnos entre las dos columnas, que simbolizan la dualidad de todo lo manifestado y nos recuerdan nuestro permanente deber de unir los contrarios y encontrar el equilibrio entre la vida y la muerte y entre la construcción y la destrucción. Es allí donde recordamos aquel "segundo nacimiento" que se nos otorgó en forma virtual y que debemos hacer efectivo en el curso de nuestra carrera; es también entre columnas desde donde saludamos a las tres luces de nuestro taller y expresamos simbólicamente que estamos dispuestos a dar la vida antes de traicionar nuestros deberes. Y ahí mismo reforzamos la Fe en nuestros ideales supremos –no la fe ciega del dogmatismo, sino aquella de ojos abiertos a la que llegamos por el entendimiento y que nos sirve constantemente de motor; también nuestra Esperanza en realizarlos –la cual se ve avalada por el esfuerzo común de los hermanos; y el Amor a un Ser Supremo que se expande hacia la naturaleza y sus leyes, y particularmente hacia los QQ. HH. que lo irradian a la humanidad. 

Cuando vemos las tres luces sobre el Ara, nos evocan la triunidad de la esencia, la sustancia y la forma; del espíritu, el alma y el cuerpo. Allí están presentes el Libro, la Escuadra y el Compás. Ese Libro Sagrado de la Ley, símbolo viviente de la tradición, que nos enseña primero a deletrear, luego a leer y finalmente a escribir en el Libro de la Vida; la Escuadra que nos señala la tierra y la materia, nos muestra la rectitud horizontal y vertical y nos hace ver los límites de nuestra existencia temporal; y el Compás que nos pone al contacto con el cielo y el espíritu, y nos señala la posibilidad de lo ilimitado, de la inmortalidad y de lo eterno. Este simbolismo nos recuerda también la función intermediaria del hombre entre el cielo y la tierra y a reconocer que "así como es arriba, también es abajo". El Ara es el centro de nuestro templo que nos evoca el centro del Ser y el corazón del hombre. Es el corazón "pensante" en el que se aloja la fuerza sutil del intelecto puro y el sentimiento noble del amor. Sin esa idea de centro no nos sería posible concebir el concepto de Unidad, ni realizar ningún tipo de construcción, pues todas las energías se verían dispersas en la multiplicidad. 

Debemos meditar, una y otra vez, en el significado de la forma cuadrangular de nuestra logia; de los cuatro puntos cardinales del espacio y su unión con las cuatro estaciones del tiempo cíclico; de los cuadriculados que decoran nuestro suelo; y de los cuatro inolvidables viajes que a ciegas tuvimos que emprender: aquel recorrido subterráneo que realizamos buscando la caverna donde por primera vez vimos la luz, y aquellas tres pruebas a que fuimos sometidos atravesando los otros tres elementos, el aire, el agua y el fuego. 

No podríamos ignorar la inmensa fuerza que contiene nuestra estrella flamígera de cinco puntas que significa al hombre realizado y perfecto, que contiene la quintaesencia del Ser. 

¿Os imagináis qué sería de nuestra Orden si no hubiera existido el poder unificador del simbolismo? Algunas logias gremiales quizás se habrían convertido en modernos sindicatos obreros; otras serían ya organizaciones empresariales, sectas religiosas o partidos políticos; y no faltarían las que hubieran devenido en meros clubes de beneficencia o sociales. Es decir, nuestra venerable institución habría desaparecido como tal perdiéndose en la multiplicidad de lo profano. 

Siendo uno de nuestros principios la libertad de pensamiento, es lógico que encontremos divergencias entre los puntos de vista filosóficos, religiosos o políticos de los distintos miembros de nuestra Asociación; pero nos encontramos unidos gracias a los símbolos y ritos que nos caracterizan, nos enseñan y nos alimentan. Y, siendo uno de los supremos ideales el de la unión, ¿cómo no defender, resguardar y transmitir aquellos instrumentos que nos unen? 

Sí, QQ. y Ven. HH. ha llegado el momento de incrementar la lucha por la unidad. En primer lugar es necesario que hagamos un ferviente llamado a todos los verdaderos masones, para que dejemos de lado todos los intereses personales divisionistas, y nos aboquemos todos juntos al cumplimiento de nuestros sagrados deberes que juramos ejecutar, en estos momentos de transición, tan difíciles para esta humanidad en su conjunto. Y en segundo lugar es ahora urgente, más que nunca, que pongamos la fuerza de la inteligencia al servicio de la unión de los pueblos y de la obtención de la paz. Como bien dicen los estatutos de la Masonería Holandesa, idea que ha acogido tradicionalmente el pensamiento masónico, la Orden "explora los sentimientos comunes a todos los seres humanos para unir a las naciones, y persigue el objeto de destruir los prejuicios, fuente de la enemistad entre los pueblos". 

Creemos que no hay otra institución, actualmente, aparte de la Masonería, que sea capaz de lograr tan altos como difíciles ideales. Debemos mantener viva la esperanza de que la semilla sembrada por nuestros antecesores, cuyo brote ha sido tan vigoroso, finalmente dará los frutos recompensando así tanto esfuerzo común al que debemos sumarnos decididamente, sin titubear. 

Observemos cómo los grandes iniciados de todos los tiempos y lugares han escrito las páginas más importantes de la historia. Veamos cómo los más brillantes acontecimientos de los últimos siglos han sido ejecutados por hermanos, iniciados también en los antiguos misterios, gracias al influjo espiritual del pensamiento masónico. 

Es tal la fuerza que la Masonería encierra, que incluso ha tenido enorme influencia en las asociaciones que nacieron para ser nuestras enemigas y detractoras. 

El H. Lennhoff, en su libro ya citado, se pregunta: "¿Cómo es que desafiando todas las persecuciones, los masones aumentan constantemente en la mayoría de los países?" y contesta: "La respuesta es sencilla: consiste únicamente en la fuerza infinita del pensamiento masónico dimanante del espíritu de sus símbolos, que nada tienen que ver con las cuestiones políticas, sino que propenden exclusivamente a lo espiritual". Y sigue: "Esta afirmación quizá parezca extraña; pero los hechos la corroboran. El misterio tan apasionadamente infamado de la Masonería, no se basa en acciones misteriosas mantenidas en secreto, ni tampoco en una poderosa organización mundial con fines de lucro, sino en que el masón sirve a una idea abstracta que, enseñada por medio de símbolos, arraiga en la profundidad de la conciencia de los miles de millares que saben comprenderla. Es la comprensión vívida del misterio de la confraternidad". Y continúa nuestro H. alabando "la admirable idea que entusiasma a los espíritus selectos y que podría facultar a la Masonería para, en el presente caos espiritual, ser un potente y decisivo elemento de redención de nuestro conturbado mundo". 

Ese inmenso influjo, que cada uno de nosotros ha recibido por la iniciación, debe ser dirigido hacia la obtención del orden interno que se reflejará en el mundo que nos rodea. Los masones sabemos que es a través del lenguaje simbólico –el más adecuado a la naturaleza humana– que hallaremos, cada uno en el interior de la conciencia, ese centro radiante de nuestro Yo; la Unidad metafísica que no es otra cosa que la identidad con el G. A. D. U. y que será lo único que podrá asegurarnos nuestra morada en el Eterno Oriente. Asimismo sólo por medio de la irradiación de ese centro, y también a través de los símbolos que lo representan, sería posible lograr el entendimiento, la paz y la unión entre los hombres. 

Pero volviendo a nuestro tema del universalismo masónico en general y de la tradición y el simbolismo en particular, cabe preguntarnos: ¿Cuál es el origen de nuestra Orden? ¿De dónde provienen esos símbolos dotados de tal poder? 

Se nos dice que la Masonería, como organización visible, nació en 1717, y que sus mismos fundadores le asignaron orígenes de la especie humana, remontándola al Illo tempore, mítico y sagrado, que todas las civilizaciones recuerdan como una Edad de Oro o un Paraíso en el que los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad eran la realidad cotidiana, y el hombre, en aquel entonces identificado con los dioses, vivía en permanente contacto con la Verdad. Dicen que cuando el hombre perdió ese estado por razón de la "caída", esa Verdad se ocultó en el interior de la caverna y se transmitió por tradición en los centros de iniciación en los misterios con los que tantas veces se ha relacionado a nuestra Orden. Los antiguos entonces realizaban sus ritos con el objeto de recuperar ese "otro tiempo" perdido y de revivificar perennemente los mitos. 

Es cierto que se carece de elementos históricos que permitan demostrar empíricamente nuestros orígenes, aunque algunas logias están trabajando con excelentes frutos en ello; pero lo verdaderamente importante radica en observar en nuestros ritos, cómo se expresan esos mismos mitos, vivificándose en la figura solar del Ven\ Maestro y en el simbolismo planetario de los dignatarios de la Logia. 

También es verdad que sí podemos encontrar múltiples signos masónicos en los restos de antiguas civilizaciones de muy variados tiempos históricos y lugares geográficos. El universalismo del símbolo es el que otorga la universalidad a la Orden. 

La leyenda de Hiram, que como todos conocemos constituye la clave del simbolismo masónico, es idéntica en sus elementos esenciales al mito de Osiris a quien los sacerdotes de Egipto rendían culto; se le ha comparado igualmente con los misterios de Eleusis, que utilizando el simbolismo temporal de los equinoccios y los solsticios, representaban –como lo hace también el cristianismo– el sagrado drama de la muerte y la resurrección. Algunos han visto elementos masónicos en el simbolismo de la construcción del Arca de Noé; se ha comparado a nuestros ritos con el culto que se rendía en Persia a Mitra, en los que existía la idea de los grados, un simbolismo análogo, normas de amor fraternal, igualdad, discreción y tolerancia y en los que también era representado el drama de la resurrección. Otros hermanos han dicho poéticamente que la Masonería bebe de las fuentes de la sabiduría eterna expresada por los grandes maestros de todos los tiempos. Hermes Trismegisto –que es el Toth egipcio o Mercurio romano– da su nombre a muchas de las logias; y por cierto los libros llamados herméticos, que se atribuyen a esa tradición, han sido repetidas veces considerados como libros masónicos. De la Escuela de Pitágoras hereda el conocimiento del sentido cualitativo de los números y sus relaciones simbólicas con la geometría –que utilizamos para los planos de la construcción–, con la música y con la astronomía. Se nos ha relacionado con ella, con otros pitagóricos como Sócrates y Platón, así como con las escuelas neoplatónicas posteriores, en especial las del Renacimiento que igualmente utilizaban el sistema de los tres grados. No han faltado quienes han visto los antecedentes de la Masonería en la escuela judía de los Esenios, de quienes habríamos obtenido el simbolismo de las palabras cabalísticas que utilizamos; y respetables hermanos han comparado las etapas de nuestro trabajo de "pulir la piedra en bruto" con los simbolismos alquímicos de las fases de la transmutación interna. 

Podemos en todo caso afirmar con seguridad que las altas metas y aspiraciones que nos unen son esencialmente las mismas que reunieron a los hombres, desde tiempos antiguos, en secretas comunidades de carácter cultural, iniciático y constructivo; y que los constructores del Templo de Jerusalén, así como los Collegia Fabrorum de los romanos, poseían secretos de la construcción que pasaron posteriormente a los gremios de canteros y constructores. A pocos historiadores cabe duda de que estos gremios son nuestros antecedentes más directos. Y son muchos los que observan la inmensa influencia que ejercieron en nuestra Orden, el simbolismo de los cruzados, "Guardianes de Tierra Santa", y, fundamentalmente, las órdenes de caballería, entre las que cabe destacar la de los Templarios, que también dan su nombre a tantas logias. 

Hemos hecho mención de la tradición, porque reconocemos que los secretos, las ideas y los símbolos que guarda nuestra Orden han sido transmitidos y recibidos "de boca a oído" a través de los tiempos, conservándose intactos hasta hoy. Mal haríamos si pretendiéramos cambiarla y perder la pureza de nuestros ritos o modificar la perfección de nuestros signos. Por el contrario, se nos dice que es una de nuestras principales obligaciones, la de conservar la pureza de esa tradición que es la que aporta el influjo espiritual y la fuerza necesaria para que nuestra construcción no se derrumbe, y que debemos defenderla como guerreros, pues es nuestro verdadero tesoro que guardamos oculto. 

Pero no se piense que cuando decimos "tradición" nos estamos refiriendo a ciertas costumbres anticuadas, que a veces se han tomado como dogma, y que lejos de coadyuvar a la revivificación de la Orden podrían más bien anquilosarla. Nos referimos a aquellas normas de carácter puramente formal, que nuestros antecesores habrán tenido seguramente válidas razones para formular, dadas las condiciones imperantes en su tiempo y que no son las que se dan en este momento. Un ejemplo típico de esta clase de normas es la que impide a la mujer el ingreso a nuestros templos, lo cual está totalmente reñido con las circunstancias actuales, en una sociedad en la que las mujeres están participando, junto con los varones, en todos los ámbitos de la vida. Masonería también es iniciación y rito; y podríamos recordar iniciaciones femeninas a lo largo de la historia y la intervención de las mujeres en la celebración de muchos ritos precursores de los nuestros. Si no fuéramos capaces de modificar este tipo de usos, estaríamos confundiendo la esencia con la forma. Tradición es la conservación de lo esencial dentro de la libertad de combinar las formas. Es esto lo que nos hace artistas, buscadores también de la fuerza, la belleza y la sabiduría. ¿Y qué mejor símbolo que la mujer, para representar la fuerza sutil de la inteligencia, la gracia y el encanto de la belleza? ¿No son acaso también femeninas la Sabiduría, la Ciencia, la Justicia y la Templanza? 

Creemos que debemos abrir los brazos a nuestras queridas hermanas y evitar que siga siendo motivo de desunión en la fraternidad el hecho de que en el ejercicio de nuestra libertad nos organicemos, según las circunstancias, en logias masculinas o femeninas, y que compartamos hombres y mujeres masones, la realización de la magna Obra que nos ha sido encomendada. 

Igualmente queremos señalar que nuestra venerable asociación no podría ser jamás considerada como una secta, pues sus ideales universales y su amplitud de miras son diametralmente opuestos al ánimo sectario; ni siquiera como una sociedad secreta, pues carece de los elementos definitorios de la misma; pero sí ha sido tradicionalmente definida como una organización esotérica, pues busca el significado interno de sus símbolos y los de la naturaleza. Recordemos que la palabra "esotérico" deriva del griego esoterikós que quiere decir "lo interno" –lo que se encuentra oculto, lo secreto–. Se la relaciona con los arcanos, los misterios y lo milagroso; y evoca lo que se halla más allá de las apariencias sensibles, a lo que se llega, según opinión de muchos, precisamente a través de la comprensión del símbolo, su influjo y su significado. Es eso precisamente lo que le ha dado esa fuerza sutil y mágica que es la que hará posible que la altísima meta para la que fue fundada sea finalmente coronada y cumplida a cabalidad. Es ese respeto al misterio el que nos infunde el santo temor de revelar nuestros signos de reconocimiento y las formas rituales que nos caracterizan, y el que nos coloca siempre ante la presencia de un profundo secreto, al que se define como inviolable por su propia naturaleza. 

Pero esto no podría querer decir que nos debamos ocultar en nuestras logias para guardar en forma egoísta la fuerza y el conocimiento que nuestra organización nos otorga; por el contrario, sabemos que también deberemos osar y salir a la luz –como siempre lo hicieron los verdaderos masones– poniendo al servicio de la humanidad nuestro arte de construir; esto nos obliga a participar activamente en la construcción de un mundo nuevo, lo cual implica una grandísima responsabilidad que se ve aumentada por el hecho de encontrarnos ante un medio caótico que está dirigiendo casi toda su fuerza, sus recursos y su aparente inteligencia, hacia la destrucción, la guerra y la contaminación, lo que ha llegado a tal extremo que amenaza seriamente la existencia de la especie humana y la vida del planeta, como todos sabemos. 

No podríamos concluir este trabajo sin recordar, aunque sea someramente, algunos elementos del simbolismo constructivo que es el que de un modo particular nos distingue y que es el que deberemos utilizar en la construcción de aquella nueva humanidad. Acordémonos de que los símbolos zodiacales y planetarios que decoran nuestros templos nos hacen ver la necesidad de investigar los misterios de la cosmogonía, para comprender así los secretos del Universo, que nos permitirán edificar de un modo armónico y nos enseñarán la identidad del cielo y la tierra –el espíritu y la materia–. Sólo así podremos realizar nuestra construcción en la tierra, tomando como modelo –así hizo Hiram, el arquitecto– a la Jerusalén celeste. Unicamente de este modo podría ser posible el restablecimiento de la armonía, la unión y la paz. 

Se nos dice que aunque ascendamos a grados superiores siempre seguiremos contando con el martillo y el cincel del aprendiz, y que la labor de seguir tallando y perfeccionando la piedra tosca es constante y permanente. Ese mallete o martillo, símbolo de la fuerza –en especial la sutil de la inteligencia y el amor– con el que golpeamos nuestro cincel para arrancarnos la falsa idea de nuestra "personalidad" y su secuela de prejuicios y lograr la belleza de la Obra. Esa paleta de albañil que se usa para la terminación de los detalles y que nosotros utilizamos para el perfeccionamiento de la enseñanza y la instrucción; con ella corregimos y encubrimos las imperfecciones de nuestros hermanos, pero jamás la empleamos en disimular o justificar las propias. Aquel nivel con el que logramos encontrar el equilibrio en nuestra vida temporal y que junto con la línea horizontal de la escuadra nos marca la línea recta con que debemos emprender nuestras acciones en el mundo. Y fundamentalmente aquella plomada que nos permite colocar la escuadra en su perfecta perpendicularidad con el nivel y que nos enseña a emprender y continuar el camino vertical ascendente de nuestro crecimiento interior. 

Vigoricemos ahora, QQ. HH., nuestra inefable cadena de unión. Si formamos parte de ella de un modo real y efectivo, y constituimos un verdadero eslabón de esa cadena misteriosa, asumamos plenamente la responsabilidad de que esta no se debilite por nuestros vicios e imperfecciones y recordemos constantemente que un sólo eslabón frágil sería capaz de romperla. 

Permitidnos repetir el llamamiento que nos hemos atrevido a haceros en esta solemne ocasión: que tomemos conciencia de la importancia de conservar intacta la tradición verdadera y de preservar y respetar los símbolos y los ritos que están vivos y por lo tanto perpetuamente nos enseñan haciendo posible nuestra unión; que incrementemos el esfuerzo que nos permitirá lograr el crecimiento interno y el perfeccionamiento individual; y que continuemos con toda nuestra fuerza, todos en uno, y guiados por Amor, la tarea comenzada por nuestros antecesores de construir un mundo nuevo y verdadero, cuyo modelo es la ciudad celeste, tarea que se verá coronada cuando pongamos la piedra de toque y logremos finalmente el restablecimiento de la Unidad y de la Paz. 

Que no tengamos que lamentar el no haber cumplido con nuestro sagrado deber. 

Que asumamos seriamente y sin titubeos, la inmensa responsabilidad que nos toca en la lucha contra el caos imperante, y hagamos así posible el restablecimiento del orden interno y externo, aunque cuantitativamente nuestro esfuerzo pase inadvertido. 

Y que jamás nos avergoncemos, muy QQ. y Ven. HH. de ofrecer todos nuestros trabajos A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo. 

 
*
*    *
 
 
HOME PAGE
 
ARTICULOS
 
DOCUMENTOS
 
LIBROS
 
 
 
 
 
©  G. L. O. L. y A. 2013