1er. cuadro de La Franc-Maçonne, 1744
 
LA MASONERIA: UNA PUERTA ABIERTA A LA INICIACION FEMENINA EN OCCIDENTE  
Quisiéramos que estas palabras fueran un canto alegre y armónico, como una brisa suave y fresca que nace del corazón, penetre y regenere a quien la escucha, y a él retorne.  

Quisiéramos expresar sin miedos ni prejuicios la posibilidad abierta de regeneración y realización espiritual para todas aquellas mujeres que en el oscuro y sombrío Occidente moderno buscan sinceramente el Conocimiento y la identificación con la Verdad, escuchan la llamada interior y se aventuran a seguirla, pues no es sino tan conocida voz que les pregunta de nuevo quién son, de dónde vienen y a dónde van, su misma voz.  

Nos parece sumamente extraño que, siendo la Masonería una de las escasas vías iniciáticas de Occidente que sirve de soporte a la regeneración total de la individualidad y a la conquista de la universalidad del ser, se ponga constantemente en tela de juicio, cuando no se ignore, silencie o niegue, la posibilidad que las mujeres puedan gozar de esta ayuda magnífica para recorrer el camino interior hacia el Conocimiento, o cuando menos, para recibir virtualmente la influencia espiritual que es el germen de toda ulterior realización.  

Se dice que hubo una edad de oro en la que no era necesaria la iniciación, pues el hombre, siendo uno consigo mismo y con toda la existencia universal, era plenamente consciente de la perfecta unidad del Principio Supremo y todas las cosas, del No-Ser y el Ser, y del Ser y toda la manifestación. Ubicado en el centro de la rueda cósmica, conectado axialmente con lo alto y lo bajo, conocedor de la identidad de las leyes que rigen el microcosmos y el macrocosmos, el hombre y la mujer vivían su distintividad como el reflejo de la indefinida riqueza de las posibilidades del Ser, que al darse a conocer a sí mismo por un acto misterioso, lo hace polarizándose, pero sin dejar de ser Él mismo. Y dicha polarización se expresa a todos los niveles y en diferentes grados de profundidad; así podemos referirnos a la energía positiva y a la negativa, al macrocosmos y al microcosmos, a lo alto y a lo bajo, a la luz y a la oscuridad, al aspir y al expir. En el caso del ser humano, este binario se concreta, incluso a nivel más exterior y corporal, en hombre y mujer. Los opuestos no lo son sino en apariencia (sólo podemos ver opuestos si nos situamos en el punto de vista de la manifestación y no en el de los principios, que es el único real y desde el cual todo es unidad), y puede decirse que a un nivel superior aquéllos no son sino complementarios, mientras que en el plano de los arquetipos universales expresan la fusión esencial sin confusión jerárquica, siendo sólo posible, más allá de la unidad, hablar de no-dualidad:  

"Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó." (Gn. 1, 27)  

Este es un pasaje bíblico de gran misterio y profundidad cuya meditación puede ayudarnos a entrever los múltiples sentidos del ser humano, de su naturaleza andrógina, de su función intermediaria entre cielo y tierra; y a comprender que su polarización es nuevamente el símbolo del binario primigenio que sólo tiene sentido en y desde la unidad.  

Con la caída, el hombre olvida el sentido de la unidad y de la no-dualidad, y empieza a leerlo todo desde una perspectiva dual, partida y fragmentada, bajo la cual el sujeto de conocimiento, el objeto y el conocimiento mismo son cosas diferentes. Ante esta pérdida de conciencia aparecen, por un acto de gracia divina, símbolos, ritos y mitos que, adaptados a la naturaleza de los hombres, al espacio geográfico y al tiempo cíclico que les ha tocado vivir, les pueden servir de soportes para emprender el retorno a su eterna morada, de la cual sólo han salido ilusoriamente.  

En los tiempos que suceden a la edad de oro, de oscuridad creciente de acuerdo con las leyes del devenir cíclico, es donde surge la necesidad de la iniciación, en el sentido de inicio o entrada a un camino de conocimiento -los Pequeños Misterios, el Arte Real o la Gran Obra- que conduce al punto central de la individualidad donde uno se puede despojar de ella ascendiendo por los estados superiores del ser. En el mundo moderno, la oscuridad llega al extremo; hombres y mujeres malvivimos desorientados, somos unos extraños en nuestra propia piel, y naufragamos entre pequeñeces, particularidades y vanidades individuales. El orden social ha perdido su carácter tradicional y ya no existen modelos exteriores que ubiquen a cada individuo en el lugar que le corresponde en el cosmos. Incluso las vías iniciáticas se han visto afectadas por este olvido y han decaído; en concreto, las formas iniciáticas propias y adecuadas a la naturaleza de las mujeres de Occidente han desaparecido totalmente. No sabríamos decir a qué responde esta ausencia, ni porqué esto ha sucedido -sería muy interesante indagar los factores que han conducido a este estado de cosas-, pero, más allá de los detalles, su sentido profundo tendrá. Lo cierto es que se diría que en pleno siglo XX las mujeres occidentales han quedado como huérfanas y sin ningún soporte iniciático, si no fuera porque la Masonería brinda esta posibilidad a todo hombre y mujer que se abra sinceramente y sin prejuicios a la llamada del Espíritu. Las mujeres han ensayado vías alternativas para llenar este creciente vacío espiritual, pero con demasiada frecuencia estos intentos se han visto marcados por el pensamiento racional y el deseo, y han tenido poco que ver con la llamada del corazón. Así, por ejemplo, se ha puesto la atención sobre formas iniciáticas de otras tradiciones todavía vivas sin seguir buscando y llamando dentro de la propia tradición Occidental. No queremos negar con ello que los vehículos que ofrecen otras tradiciones puedan ser una ayuda inestimable para algunas mujeres, siempre y cuando se busque con el corazón y se tenga la certeza de que la vía elegida es aquélla que resulta adecuada a su naturaleza; pero es necesario estar atento para no caer, por ignorancia o por moda, en algo que puede acabar siendo una simple imitación de formas sin comprender su sentido profundo. En cuestión de iniciación, nada puede inventarse; el mensaje, la vía, los soportes son revelados, y si estos no tienen una naturaleza suprahumana, ¿cómo podrían ser válidos para aprehender lo supraindividual, lo supraformal, lo universal?  

Llegados a este punto, volveremos a insistir en que la Masonería es una puerta abierta en Occidente para todo hombre y mujer que busca en esta vida el camino para llegar a identificarse con el Conocimiento. Mucho silencio pesa sobre la incorporación de las mujeres a la Orden Masónica; un silencio que, creemos, puede deberse a diversos problemas de orden doctrinal y psicológico, prejuicios e ideas preconcebidas. La Masonería ha ido modificando la forma de sus ritos y realizando diferentes adaptaciones para hacer posible que el mensaje único, virgen, la transmisión de lo revelado y lo universal pudiera llegar a los hombres de las distintas épocas; y, como ya dijimos anteriormente, si las vías iniciáticas propias de las mujeres occidentales han desaparecido, ¿por qué no iba a ser posible que una cadena iniciática viva, entroncada con la Tradición Unánime, realizase en su interior una adaptación, para acoger en su seno también a las mujeres que caminan por la senda de la vida buscando su verdadera identidad? ¿Acaso en este siglo de sombras hombres y mujeres no buscamos la misma Luz, el mismo Conocimiento, la Verdad una y única? Es muy posible que lecturas chatas de ciertos autores que se manifiestan al respecto, como René Guénon, puedan tejer en nuestra mente muchas ideas preconcebidas. Más allá de disquisiciones racionales y lecturas rasantes, ¿estamos dispuestos a abrir el corazón y escuchar las certezas ante las cuales no hay duda posible?  

Los problemas o desviaciones de orden psicológico que pueden suponer trabas a la vinculación de las mujeres a la Masonería tienen nombres propios; el machismo y la misoginia tiñen las relaciones profanas entre los hombres y las mujeres del mundo moderno, y enturbian un trabajo que debe llegar más allá del orden sutil y que tiene que ver con lo universal, con nuestra verdadera esencia. También el feminismo y la misantropía contribuyen al olvido de nuestra condición andrógina y hacen que nos veamos ilusoriamente como seres cada vez más distintos que luchan de manera encarnizada por una igualdad por lo bajo, lo que no hace sino aumentar la separación y el divorcio, en vez de buscar dicha igualdad por lo alto, lo cual tiene que ver con la vinculación a un Principio Superior, que une y religa todo lo que de él sale de manera armónica y jerárquica.  

Seguramente habrá otras razones de orden doctrinal o psicológico que puedan servir para poner objeciones a la iniciación masónica femenina. Aquí hemos apuntado lo que son claramente errores, con el fin de desenmascararlos. Ahora bien, ninguna argumentación exterior a favor o en contra de dicha vinculación iniciática puede tener valor para aquél que vive en su interior, en lo más recóndito y solitario de su ser, la llamada del Espíritu. Uno solicita ser recibido masón porque lo guía una certeza inexpresable que ha anidado en su corazón. Fuera de esto, todo lo demás no son más que elucubraciones.  

Al arcano XX del Tarot se lo relaciona con nuestro siglo, y en una de sus múltiples lecturas nos habla de la resurrección de los muertos y del advenimiento de un nuevo matrimonio, que puede ser, entre otros, el de cada ser consigo mismo, con su verdadera esencia supraindividual. El ángel anuncia y llama con su trompeta; el sacerdote, que también emerge del sepulcro, recibe el efluvio celeste y, desde su ubicación axial y central, concilia los opuestos, los complementa y los fusiona. Bendice la unión. Este es el símbolo del maestro interior, el guía verdadero de todo hombre y mujer que viaja por la tierra en búsqueda de la inmortalidad. Esa resurrección es posible aquí y ahora, y las mujeres occidentales de finales del siglo XX podemos seguir uniendo -como ha sido desde siempre- la lucha heroica en pos de la regeneración a la de los hombres.  

Se nos invita a abrir ese espacio del corazón, todavía virgen y no contaminado por las mareas psíquicas del caos y el desorden, y a dejarnos fecundar por el espíritu. La aventura no está exenta de peligros; se pide voluntad, recta intención, valor, perseverancia y paciencia, pues tratándose de una obra que excede lo humano, el Espíritu soplará cuando quiera y donde quiera. ¿Cómo, pues, podríamos desestimar a la Masonería universal como vehículo para facilitar el recorrido a todo aquél que se sienta tocado por el Conocimiento? Estamos invitadas, la barca pasa y se dispone, permanentemente, a cruzar las aguas del alma y a conducirnos a la identificación con el fuego del Espíritu que nunca se consume. Mireia Valls 

 
 
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