Síntesis de varias tradiciones presentes en la Masonería.
«DESDE TIEMPO INMEMORIAL...» [*]

Este trazado quiere ser un homenaje ofrecido a la memoria de nuestros antepasados, los que habiendo abandonado la morada terrestre participan de los beneplácitos celestes de la Logia de lo Alto, o del Oriente Eterno, cuyo Venerable Maestro no es otro que el Gran Arquitecto del Universo. Por su entrega total a la Verdad y al Conocimiento, ellos han constituido los eslabones de la «cadena iniciática», cuyo origen se encuentra más allá de cualquier datación histórica, más allá incluso que el propio tiempo considerado en el devenir de su sucesión cíclica. Y es precisamente a esta cadena iniciática a la que nos adherimos cada vez que al final de nuestras tenidas formamos la cadena de unión fraterna, testimoniando así nuestra plena integración en esa corriente de pensamiento que constituye nuestra auténtica genealogía espiritual. Podemos afirmar que, en esencia, la misma enseñanza que nuestros antepasados recibieron y transmitieron, la hemos recibido y procuramos transmitir nosotros también, y que este es, en el fondo, el compromiso que adquirimos con la Orden y con nosotros mismos en el momento de prestar el solemne juramento iniciático ante las Tres Grandes Luces.

Por otra parte, esto no significa que a nuestra venerable Institución no pueda atribuírsele un origen histórico, y que éste no se encuentre perfectamente ubicado en un determinado segmento del devenir temporal. Como todos sabemos, el nombre de Franc-Masonería aparece por primera vez en la Edad Media, entre los gremios de artesanos y constructores conocidos como los franc-masones y compañeros operativos, herederos de las concepciones metafísicas y cosmogónicas de la tradición pitagórica y hermética, herencia que ellos supieron conjugar –hasta formar una unidad indisociable– con la gnosis y el esoterismo judeo-cristiano, fundamento de la civilización medieval. Fue gracias a esa conjugación de donde surgió el esplendor de la arquitectura sagrada (reflejo de la Cosmogonía Perenne) plasmada en los templos-catedrales, monasterios, ermitas, iglesias y multitud de otras edificaciones extendidas por todo lo largo y ancho de la Cristiandad medieval. Por lo tanto, nuestras raíces históricas hay que buscarlas en esa época, y todas las adaptaciones que desde entonces, y por las circunstancias que fueren, se han producido en el seno de nuestra Orden (como, sin ir más lejos, las que tuvieron lugar durante los siglos XVII y XVIII con el paso de la Masonería «operativa» a la Masonería «especulativa») siempre se han realizado atendiendo a lo legado y transmitido por los constructores medievales.

Pero, en todo caso, estos son los orígenes terrestres, no los orígenes celestes, a-temporales y a-históricos, si bien hay que admitir que ambos conviven juntos (como conviven juntos, interpenetrándose, lo simultáneo con lo sucesivo, o lo vertical con lo horizontal), pues se ha dicho que «la revelación es coetánea con el tiempo», es decir, que la posibilidad de la regeneración, de un renacer por la comprensión de las Ideas, puede darse ahora mismo. Y este hecho, sin duda asombroso, es lo que permite que la Luz del Conocimiento continúe manifestándose en el mundo, aunque en la actualidad, y debido al alejamiento que sufre la humanidad entera con respecto a todo principio verdaderamente transcendente y espiritual, la recepción interior de esa Luz tan sólo se produzca en el corazón de unos pocos, en los que se consideran a sí mismos los herederos de la Tradición.

Precisamente, a los orígenes de nuestra cadena iniciática aludían ciertas leyendas que circulaban entre los masones operativos. En una de esas leyendas se decía que «nuestro padre Adán fue el primer hombre iniciado... pues tenía grabada sobre su corazón la ciencia de la Geometría», que, añadiremos, no es otra que la propia Masonería. «Fiel a las instrucciones dadas por Dios (o por el Gran Arquitecto, el cual es considerado en el contexto de estas leyendas como el "primer masón, pues creó la Luz"), Adán levanta la primera Logia en el Paraíso». Posteriormente él, Adán, transmitió a sus hijos y descendientes la ciencia sagrada recibida directamente por el Gran Arquitecto, «y conjuntamente con todos ellos se dedicó a expandir la Masonería por toda la superficie de la Tierra».

Es obvio, queridos hermanos, que aquí no encajan consideraciones histórico-temporales de ningún tipo. El contenido de este relato, descrito con un lenguaje puramente simbólico y, por lo tanto, preñado de sutil significado, en realidad confirma lo que ha sido y es unánime en todas las tradiciones: que el Paraíso (el equivalente exacto del Pardés en la Cábala hebrea y del Paradésha en la tradición hindú) fue en realidad la sede de la Gran Tradición Primordial, nombre que ha recibido la depositaria original de la Filosofía y la Sabiduría Perennes, y por consiguiente la matriz de donde proceden por sucesivas adaptaciones todas las culturas y civilizaciones sagradas de la humanidad. Y si, como se señala en dicho relato, la primera Logia estuvo en el Paraíso, entonces lo que en verdad se está afirmando es que la Masonería también entronca con la Tradición primigenia; que es, en suma, una de sus múltiples ramificaciones, signada por una forma artesanal que ha tomado la construcción cosmogónica –el Arte Real u Obra Magna– como un soporte para retornar de nuevo a su fuente una y primordial. Rebatida en el plano de la historia nuestra Orden ha adquirido, efectivamente, esa forma artesanal, pero desde el punto de vista axial y metafísico ¿qué diferencia habría entre ella y la Tradición primera? En este sentido, ¿acaso no se dice que la Logia masónica, como la que nos está acogiendo en estos momentos, es una imagen del Jardín edénico? Y a esta primordialidad ¿no aluden también algunos rituales masónicos cuando al referirse al origen de nuestros símbolos dicen que éstos existen «desde tiempo inmemorial», que se pierden, en fin, en la «noche de los tiempos»?

Prácticamente, todos los manuscritos que se han conservado de los antepasados operativos se centran en la descripción simbólica del árbol genealógico que comienza con la descendencia adámica y finaliza con la expansión y establecimiento de la Masonería en la Europa medieval. En esos manuscritos se han recogido los episodios más significativos de la historia sagrada y mítica de nuestra Orden, lo que podríamos denominar nuestra «memoria sagrada», reiterada asimismo en cada una de las leyendas y mitos que jalonan la estructura jerarquizada de los distintos grados iniciáticos. De más está decir que esas leyendas, lejos de ser simples fantasías como podría pensarse desde la ignorancia de lo profano, constituyen elementos muy importantes dentro de la propia enseñanza iniciática. En tanto que símbolos de transmisión oral, las leyendas y los mitos son también vehículos y soportes de la influencia espiritual emanada del Gran Arquitecto. En este sentido, habría que recordar que la palabra «leyenda» quiere decir «aquello que puede ser contado», y lo que puede contarse o relatarse es siempre una realidad perteneciente al mundo de lo sagrado, en ese espacio-tiempo interior donde acaecen las teofanías, la comunicación con los dioses (con lo supra-humano) y las revelaciones de los más profundos misterios de la vida y del cosmos. Poco importa que el evento relatado en las leyendas haya tenido necesariamente que ocurrir tal y como se cuenta en ellas, o que haya tenido su traducción en el plano de la historia. Lo que importa, sobre todo, es lo que dicho evento está simbolizando de la realidad de lo sagrado, y que siempre tendrá una correspondencia análoga con lo vivido y experimentado interiormente por el iniciado.

Desde el punto de vista de la realización espiritual el mito y la leyenda son, pues, la «historia verdadera», la que aconteció en los orígenes y que acontece periódicamente cada vez que se actualiza lo que en ella se está revelando. Tal es el caso, por ejemplo, de la leyenda del grado de maestro masón, centrada en el relato simbólico de la muerte sacrificial, la posterior búsqueda y la resurrección del cuerpo del Maestro Hiram, el mítico arquitecto que dirigió la construcción del Templo de Salomón, y que en esa leyenda aparece adornado con los atributos propios de un héroe solar civilizador. Pues bien, queridos hermanos, muy poco de lo que en la leyenda se describe se encuentra en los versículos bíblicos donde se hace mención expresa del nombre de Hiram, lo que quiere decir que el relato legendario extrae su contenido de un arquetipo que se refleja y se reitera en el proceso mismo de la iniciación, cualquiera sea la forma o el contexto tradicional en que ésta se exprese.

Para testimoniar nuestro homenaje nada mejor, pues, que transcribir fragmentos de algunos de los antiguos manuscritos que anteriormente hemos mencionado.[1] Tal vez la manera como están escritos estos episodios de nuestra historia tradicional pudiera parecer algo tosca y simplista a una mentalidad «académica» y «erudita», acostumbrada a dar más crédito al «estilo» literario de un texto que a los conceptos e ideas que en él se vierten. No hay estilo en estos relatos, como tampoco literatura, por la misma razón que nada de individual o personal se desliza en ellos. Tengamos en cuenta que en una sociedad tradicional, o en una organización iniciática (como es la nuestra), el autor, o autores, que han sido los encargados de recoger su memoria sagrada han permanecido casi siempre en el más completo anonimato. Por poner un ejemplo referido a nuestra Orden, ¿se sabe con certeza quiénes fueron los que adaptaron los antiguos rituales operativos en el período en que en la Masonería se produce la mutación especulativa?

En realidad la manera como están escritos estos episodios legendarios deja entrever una «ingenuidad» propia de hombres que lo que de verdad les ha interesado transmitir no es la letra, o la forma, sino el espíritu que a través de ella –como símbolo– se manifiesta y revela. En definitiva, que se remiten a lo esencial. Por lo demás, y como ya se ha dicho, las leyendas antes de ser codificadas por escrito eran transmitidas de forma oral, y en ocasiones acompañándose del canto, la música y la poesía, lo cual, ciertamente ha sido algo habitual entre los pueblos arcaicos y en los orígenes de toda gran cultura tradicional.

Pasaremos, pues, a la lectura de esos fragmentos, no sin antes indicar que hemos preferido no hacer ningún comentario a las muchas y muy interesantes sugerencias simbólicas que se desprenden de ellos, pues en verdad estos manuscritos ofrecen una excelente oportunidad para ir profundizando en el conocimiento de nuestra tradición. Es nuestro deseo dejar a los hermanos que sean ellos mismos quienes extraigan sus propias conclusiones, en la libertad que procura la serena y concentrada meditación sugerida por el lenguaje misterioso y evocador de los símbolos:

«Nuestra intención es principalmente tratar del origen primero de la preciosa ciencia de Geometría, y de aquellos que fueron sus fundadores... Debéis entender que entre todas las artes del mundo... la Masonería tiene la mayor notoriedad, y forma la parte más grande de esta ciencia de Geometría... Creo que esto se puede decir, porque ella se encontró de la manera que aparece en la Biblia, en el primer libro del Génesis.

Entre los hijos descendientes de Adán en línea directa, en la séptima generación a partir de Adán, antes del diluvio de Noé, hubo un hombre llamado Lamec, el cual tuvo dos mujeres: una se llamaba Adah y la otra Sella. De la primera mujer, que se llamaba Adah, tuvo dos hijos; uno se llamaba Jabal y el otro Jubal. El hijo mayor Jabal fue el primero en encontrar la Geometría y la Masonería, y fue el padre de los pastores, de los hombres que habitaban en habitaciones de tienda. Él fue maestro masón de Caín, hijo de Adán, y el gobernador de todas sus obras cuando Caín hizo la ciudad de Enoch (que era el nombre del hijo de Caín, según la Biblia)... y ahora esta ciudad se llama Efraím. Así es cómo la ciencia de la Geometría y la Masonería se aplicaron por vez primera, en tanto que ciencia y oficio, y así podemos decir que ésta fue la causa primera y el fundamento de todas las ciencias y oficios. Y de este hombre, Jabal, dice el Maestro de Historias, Beda, en el De Imagine Mundi, que fue el primero que dividió el suelo, de manera que cada hombre pudo conocer su propio terreno y trabajarlo como su bien propio; Jabal divide los rebaños de ovejas, de manera que cada hombre pudo saber cuáles eran sus ovejas, y así podemos decir que él fue el primer fundador de esta ciencia. Y su hermano Jubal fue el primer fundador de la Música, tal y como Pitágoras lo dice en el Policronicon, e Isidoro (de Sevilla) dice lo mismo en las Etimologías, en el libro seis: dice que Jubal fue el primer fundador de la Música, del canto, de la cítara y de la flauta, y encuentra esta ciencia por el sonido y el peso de los martillos de su hermano, que se llamaba Tubal Caín.

De manera semejante la Biblia dice en el mismo capítulo del Génesis que Lamec engendra de su otra mujer, Sella, un hijo y una hija, cuyos nombres eran Tubal Caín y Noemá... Pero este Tubal Caín fue el primer fundador del arte de la forja y de los otros oficios de metal, a saber, del hierro y del cobre, del oro y de la plata, como lo dicen ciertos doctores; y su hermana Noemá fue la primera fundadora del arte del tejido... y como esta mujer inventa el arte del tejido, por esta razón se le ha llamado oficio de mujer.

Y todos estos hermanos sabían que Dios quería vengarse del pecado de los hombres por el fuego o por el agua, y se inquietaron mucho al pensar cómo podrían salvar las ciencias que habían inventado; y se pidieron consejos unos a otros, y reuniendo sus luces se dijeron que había dos variedades de piedra cuyas virtudes eran tales que una –la de mármol– jamás se quemaría, y la otra –la de ladrillos– no se sumergiría en las aguas; y de esta manera ellos concibieron la idea de escribir sobre estas dos piedras todas las ciencias que habían inventado, de tal manera que si Dios ejercía su venganza por el fuego, entonces la piedra de mármol no se quemaría, y si Dios enviaba su venganza por el agua, la otra piedra no se hundiría... Aun conociendo que Dios enviaría su venganza, no sabían si ésta vendría por el fuego o por el agua; es por una profecía que sabían que Dios lo haría por una o por otra, y es por eso que escribieron sus ciencias sobre las dos columnas de piedra. Y algunos afirman que ellos escribieron la totalidad de las siete ciencias sobre dichas piedras... Y aconteció que Dios la envía por el agua, si bien hubo tal diluvio que el mundo entero se sumergió, y todos los hombres perecieron, salvo ocho personas, a saber, Noé, su mujer, y sus tres hijos con sus mujeres; y todo el mundo desciende de estos tres hijos, y sus nombres son como sigue: Sem, Cam y Jafet. Y este diluvio fue llamado de Noé, porque él y sus hijos fueron salvados, y nadie más.

Muchos años después, como lo cuenta la crónica, estas dos columnas fueron encontradas, y como lo relata el Policronicon, un gran clérigo que los hombres llamaron Pitágoras encuentra una, y Hermes el filósofo, el "padre de la sabiduría", encuentra la otra, y ambos propagaron las ciencias que fueron escritas. Todas las historias y crónicas, y muchos otros clérigos, y la Biblia principalmente, testimonian la construcción de la torre de Babilonia; y en la Biblia está escrito, Génesis capitulo X, cómo Cam, hijo de Noé, engendra a Nimrod (que quiere decir), "poderoso delante del Señor"; Nimrod deviene un hombre poderoso sobre la tierra, y fue un hombre fuerte como un gigante, y un gran rey. Y al comienzo de su reino y realeza él fue el gran rey de Babilonia y de Accad, de Calneh y del país de Shinar. Y Nimrod también fue masón y empieza la torre de Babilonia, y enseña a los obreros el oficio de Masonería... y cuando hizo construir la ciudad de Nínive y otras ciudades del Oriente, Nimrod envía cuarenta masones a petición del rey de Nínive, su primo, llamado Assur. Y cuando los envía, les da la obligación siguiente: que sean leales los unos hacia los otros; y que vivan juntos lealmente; y que sirvan lealmente a su señor por su salario, de tal manera que su maestro de obras sea honrado y reciba todo lo que merece; y les da aún otros deberes. Ésta fue la primera vez que los masones recibieron una obligación concerniente a su oficio.

Tiempo después, Abraham, con Sara, su mujer, va en peregrinaje a Egipto... Y Abraham fue un hombre sabio y un gran clérigo, y conoció la totalidad de las siete ciencias. Y enseña a los Egipcios la ciencia de la Geometría. Y tuvo en Egipto un alumno excelente, en quien se revela la gloria de aquel tiempo, de nombre Euclides. Este hombre joven desarrolla su talento hasta el punto que sobrepasa a todos los artistas de entonces sobre la tierra, y Abraham se complace en él por esto...

Y el excelente clérigo Euclides toma a los hijos de los señores y les enseña la ciencia de la Geometría: es decir, a obrar en toda clase de excelentes obras de piedra, templos, iglesias, claustros, ciudades, castillos, pirámides, torres... Él los organiza en orden, y les enseña a reconocerse con certeza. Euclides confirma las costumbres de Nimrod:

Que se amen los unos a los otros verdaderamente; Que guarden la ley de Dios escrita en sus corazones;

Por encima de todo, que guarden los secretos de la Logia y los secretos los unos de los otros;

Que se llamen el uno al otro "compañero" y que se abstengan de cualquier apelación malsonante;

Que se comporten como hombres del arte y no como rústicos incultos;

Que invistan al más sabio de entre ellos para ser el maestro de los otros y supervisar la obra;

Que, ni por amor propio, ni por el gusto de las riquezas, traicionen la confianza puesta en ellos, y que no designen a nadie falto de inteligencia como maestro de obra del señor, a fin que el oficio no sea causa de escándalo;

Que llamen al gobernador de la obra «maestro» durante el tiempo que trabajen con él.

Y Euclides escribe para ellos un libro de las Constituciones, y les hace jurar por el mayor juramento en uso en aquel tiempo, que observarían fielmente todas las instrucciones contenidas en las Constituciones de la Masonería...

Después de esto, el excelente clérigo Euclides inventa muchas otras raras invenciones y cumple maravillosos trabajos, pues no había nada que él no conociera de las 7 ciencias liberales: gracias a lo cual convirtió al pueblo de Egipto en el más sabio de la tierra.

Seguidamente, los hijos de Israel fueron a la Tierra Prometida, que ahora es llamada entre las naciones el país de Jerusalén, donde el rey David comienza el Templo de Jerusalén que, entre ellos, es llamado Templum Domini (el Templo del Señor). Y David ama a los masones y los acoge dándoles buenos consejos. Él les da su obligación de esta manera:

Que obedezcan fielmente los Diez Mandamientos que fueron escritos por el dedo de Dios en caracteres de piedra –o Mesas de mármol–, y dadas a Moisés en el santo monte Sinaí, y esto con una solemnidad celeste: miríadas de ángeles con carros de fuego las escoltan en cortejo, lo que prueba que la escultura sobre piedra es de institución divina.

Así, otras muchas cosas David les da en obligación, semejantes a las que traían de Egipto y recibidas del muy famoso Euclides...

Después de esto, David paga el tributo de la naturaleza. Y Salomón, su hijo, realiza el Templo que su padre había comenzado; y diversos masones de muchos países se reunieron, de manera que hubo ochenta mil, entre los cuales trescientos que estaban cualificados fueron designados como vigilantes de la obra.

Y había en Tiro un rey denominado Hiram que amaba mucho a Salomón, al que le da maderas para su obra. Le envía igualmente un artista en quien habitaba el espíritu de sabiduría; su madre era de la tribu de Neftalí y su padre un hombre de Tiro; su nombre era Hiram Abí (que quiere decir "Hiram mi Padre"). El mundo no produjo uno igual hasta ese día.

Era un maestro masón de un saber y una generosidad extremas. Y fue maestro masón de todas las edificaciones y edificadores del Templo y de todas las obras talladas y esculpidas en el Templo y alrededores, como está escrito en el primer libro de Reyes, en su 7.º capítulo.

Y Salomón confirma a la vez las obligaciones y las costumbres que David su padre había dado a los masones; y así fue confirmado el excelente oficio de la Masonería en el país de Jerusalén y la Palestina, y en muchos otros reinos.

Las gentes del oficio se repartieron por diversos lugares, algunos para aprender más sobre el arte y el oficio; y algunos fueron cualificados para enseñar a los otros e instruir a los ignorantes, de manera que el Oficio comenzó a tener una espléndida y gloriosa aceptación en todo el mundo, particularmente en Jerusalén y en Egipto.

Y, hacia esta época, el masón curioso de ciencia Namus Grecus, que había trabajado en la construcción del Templo de Salomón, llega al reino de Francia, y enseña el arte de la Masonería a los niños del arte de este país.

Y hubo un príncipe de la línea real de Francia, llamado Carlos Martel, que ama a Namus Grecus más allá de toda expresión a causa de su inteligencia en el arte de la Masonería. Y Martel adopta las costumbres de los masones... organizándolos en el orden que Grecus le había enseñado... Así vino el Oficio a Francia.

Inglaterra durante todo este período se encuentra desprovista de masones, hasta el tiempo de San Albano; era éste un estimable caballero, intendente de la casa del rey, y tenía el gobierno del reino. E inviste masones a sus principales compañeros...

San Albano prescribe también que un cierto día, cada año durante el mes de junio, tuviera lugar una asamblea y una fiesta a fin de mantener la unidad entre ellos, y que este día, el de San Juan, ellos alzarían su estandarte real con los nombres y títulos de todos los reyes y príncipes que habían sido recibidos en su asociación, y harían lo mismo con las armas de los masones y las del Templo de Jerusalén y de todos los monumentos famosos del mundo.

Todas estas franquicias, este noble hombre las obtiene del rey, y éste les concede una carta para mantenerlos unidos por siempre. Además, ellos recibieron la divisa siguiente en letras de oro sobre campo de gules con negro y plata: Invia virtutis via nulla.[2]

Más tarde llega el reino de Athelstan, que fue un buen rey de Inglaterra... y edifica excelentes y suntuosas edificaciones, como abadías, iglesias, claustros, conventos, castillos, torres, fortalezas... Este rey se comporta como un hermano afectuoso con todos los masones cualificados.

Además, él tenía un hijo de nombre Edwin. Y este Edwin ama a los masones hasta el punto de no poder comer ni beber sin la compañía de éstos. Era un espíritu noble y generoso, lleno de arte y de práctica. Escogía reunirse con los masones antes que con los cortesanos de la corte de su padre... y él aprecia el arte de los masones, y entra en la orden.

El príncipe Edwin gratifica a los maestros de la fraternidad con escuadras de oro y compases de plata con puntas de oro, y perpendiculares de oro puro, y paletas de plata, así como de todos los demás instrumentos... Él consigue de su padre una carta y poderes para celebrar cada año una asamblea de masones en la que cada uno estaba obligado a rendir cuentas de su capacidad y de su práctica. Y, en estas reuniones, Edwin les da nuevos métodos de secreto (toques, palabras, signos), enseñándoles las buenas costumbres conforme a las reglas de Euclides y de Hiram y de otros famosos notables.

Más adelante Edwin va a York y hace masones, dándoles su obligación y enseñándoles las costumbres de la Masonería. Escribe un libro de las Constituciones y ordena que la regla sea mantenida siempre.

Además, proclama que todos los masones que tuvieran certificados por escrito de sus viajes, y de su capacidad y práctica, deberían presentarlos para probar su arte y sus comportamientos anteriores; y así fue hecho, algunos en hebreo, otros en griego, latín, caldeo, siríaco, francés, alemán, eslavo e inglés, así como en otras muchas lenguas, y el contenido de todos ellos era idéntico. El famoso Edwin les recuerda la confusión que tuvo lugar durante la construcción de la Torre de Nimrod, y que si ellos deseaban que Dios les favoreciera, a ellos y a sus acciones, no deberían ser tentados o atraídos por la idolatría, sino sinceramente honrar y adorar al Gran Arquitecto del cielo y de la tierra, manantial y fuente de todo bien, que edifica la forma visible a partir de nada y pone los fundamentos sobre las aguas profundas, y ordena al mar ir hasta sus límites y no más lejos, el gran señor del cielo y de la tierra, el único protector del hombre y de las bestias, él que rige y gobierna el sol, la luna y las estrellas. Y además él les dice como hacer para que su Toda-Potencia entre en el interior del compás de su inteligencia a fin de que ellos sientan horror en ofenderla. Y muchas otras máximas divinas que él les da para que guarden en su memoria.

Y Edwin ordena que sea hecho un libro relatando la manera como el Oficio fue inventado al comienzo y que sea leído cada vez que se haga un masón... y que se le dé su obligación conforme a este libro. Y desde ese día hasta el tiempo presente, las costumbres de los masones han sido preservadas en esta forma, para que los hombres puedan llegar a ser maestros de sí mismos».

NOTAS
[*] Este trazado pertenece al volumen de arquitectura Símbolo, Rito, Iniciación, publicado por Ed. Obelisco, Barcelona 1992, y posteriormente por Kier, Buenos Aires 2003, con el título Cosmogonía Masónica: Símbolo, Rito, Iniciación.
[1] Hemos utilizado sobre todo el Manuscrito Dumfries y el Manuscrito Watson, pertenecientes ambos a las familias masónicas escocesas e inglesas herederas de los operativos. En las Constituciones de Anderson también se recoge la memoria legendaria de nuestra Orden de una manera fidedigna. En dichas Constituciones la parte correspondiente a la historia sagrada es extraída casi enteramente de los Old Charges o Antiguos Deberes.
[2] «En la vía de la virtud no hay caminos».
 
 
 
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